
Por Marisela Valencia Tapia
Desde la llegada todo es diferente. El punto de reunión es en la colonia Anáhuac, donde nos recibe un local que destaca por el arte tan colorido que cubre sus paredes, a pesar de la mala apariencia que da el rumbo. La cita es cualquier sábado a las 8:30 hrs, el recibimiento lo da una enorme sonrisa, convertida en el logo oficial, plasmada en la puerta.
Los médicos comienzan a llegar, pero son pocos los que están a tiempo para el Hoyo Negro, la primera actividad y pieza clave para dejar a un lado todo el estrés y la tensión que se acumula a lo largo de la semana. De manera simbólica se toman todos esos residuos inservibles que se han quedado en cada parte del cuerpo, para después juntarlos en una bola que será aventada con fuerza, acompañada de un grito, hacia el hoyo negro, donde se pierde para dejar libre y al descubierto el corazón de cada uno de los que componen este grupo.
Habiendo sacado todo lo negativo es hora de transformarse; ya para entonces han llegado todos los que cumplirán la misión de ese día. En el aire se empieza a respirar el olor a alegría, entre risas y bromas. El momento de la caracterización resulta interesante para aquellos ajenos al grupo, ver a abogados, médicos, ingenieros y estudiantes convertidos en alguien totalmente diferente, con sombreros, coloridos vestuarios, batas y una nariz roja, siempre resulta divertido. En este momento todos son iguales, no hay diferencias de edades, ni de sexos mientras se aplican el maquillaje dentro de la misma sala .
Ya listos y convertidos en doctores toca el turno al calentamiento, que ayuda a cargar pilas y a recordar lo que es jugar. Todos cantan, bailan, corren, saltan y hasta se abrazan, ni una sola cara larga.
Para las 9:40 am. ya todos están listos para agruparse en constelaciones y salir a cumplir la misión del día: encontrar las sonrisas escondidas entre camas, sueros e inyecciones. Cada constelación, conformada por cierto número de personas que son ubicadas ahí desde el día de su graduación, tiene asignado un hospital que visita cada sábado durante tres meses.
Entre 9:45 y 9:50 es la salida, los asignados a la zona de hospitales se van en la “Ambulancha”, mientras otros utilizan automóviles particulares. No existe diferencia real entre la ambulancha y otro coche, sólo la apariencia. Todos tienen el propósito no sólo visitar hospitales, sino también de contagiar alegría por igual. La gente desde las calles los observa y responde con alegría a los saludos, aunque hay quienes se sorprenden o no logran comprender el por qué un payaso con bata los saluda.
Ésta vez el escenario será el Hospital Pediátrico de Legaria, que apenas abrió las puertas a ésta asociación, siendo Pyxis el primer representante en visitarlos. Se trata de un lugar pequeño, dedicado a atender problemas neurológicos principalmente. A primera vista el panorama resulta visualmente fuerte, niños amarrados, recién nacidos con aparatos, rastros de cirugías en la cabeza y a lo lejos el sonido del llanto y los gritos de desesperación. Pero para estos peculiares doctores no hay ningún impedimento.
La visita comienza a las 10:10 saludando a los familiares que se encuentran afuera, es el primer contacto y algunos muestran resistencia, pero aún con todo el recibimiento es cálido. Tras ingresar y cumplir con los trámites establecidos, es momento de buscar “niños con quien jugar”, porque para ellos no hay enfermos, sólo amiguitos, compañeros de juego.
Lo primero es lavarse las manos, al mismo tiempo que bromean con las enfermeras y los doctores. Llega el turno de la parte más divertida, la de pasar un rato agradable. Los niños que dentro de su situación tienen la capacidad de atender y dar respuesta, los reciben con alegría. Comienza el juego, pocos comprenden cómo sucede, pero todos se divierten sin usar herramienta alguna, sólo la imaginación y la creatividad de cada médico. Todo parece mágico, por los pabellones vuelan pelotas de colores, visibles únicamente para los que creen; por debajo de las camas caminan cocodrilos; los sueros se convierten en malteadas de chocolate, las agujas en armas de poder y los niños en super héroes o princesas.
Nadie se salva de estos personajes, todos les siguen el juego, aunque hay quienes prefieren cantar o que les cuenten un cuento. Pero sin importar la petición, todos serán complacidos por alguien que no sabe decir NO, el médico más irreverente, bobo, inocente, curioso, desordenado y juguetón.
Alrededor de las 11:30 hrs. es el momento de despedirse, algunos lo aceptan, otros lloran, pero no hay vuelta atrás. Es la hora de salir y consolar a los que llevan días desvelados, preocupados por sus hijos, sobrinos o nietos, para hacerles pasar un rato agradable y sembrar en ellos el ánimo que necesitan para transmitir alegría a los que están en una cama. El juego es diferente, se trata de correr, saltar, gritar; las dinámicas van desde “Doña Blanca” hasta “Terremoto”, con los comentarios siempre espontáneos de estos seres.
Ya para las 12:00 p.m. se despiden, hay que regresar a la central. En el trayecto de vuelta se repite lo ocurrido de ida, saludos y sonrisas para repartir. Al llegar a las instalaciones y después de la regadera, dónde se habla de las experiencias de ese día para evitar llevarse algo que los lastime o les haga ruido por el resto de la semana, es tiempo de desmaquillarse y volver a ser una persona normal. Tienen que decirle hasta luego a ese personaje y guardarlo por lo menos por una semana, aunque la actitud y las ganas de ser felices se quedan con ellos.
El día terminó, son aproximadamente las 14:00 hrs. es momento de despedirse, y regresar a las actividades cotidianas de sábado, sabiendo que el haber madrugado valió la pena. No hay más nariz roja, para los que los rodeamos vuelven a ser tan sólo uno más de los millones de habitantes que hay en esta ciudad. Pero en ellos queda algo que pocos notan, pero que está ahí, la característica más grande de un médico de la risa, la chispita en los ojos y por sobre todas las cosas, el recuerdo de haber hecho feliz a uno o tal vez veinte niños.
Desde la llegada todo es diferente. El punto de reunión es en la colonia Anáhuac, donde nos recibe un local que destaca por el arte tan colorido que cubre sus paredes, a pesar de la mala apariencia que da el rumbo. La cita es cualquier sábado a las 8:30 hrs, el recibimiento lo da una enorme sonrisa, convertida en el logo oficial, plasmada en la puerta.
Los médicos comienzan a llegar, pero son pocos los que están a tiempo para el Hoyo Negro, la primera actividad y pieza clave para dejar a un lado todo el estrés y la tensión que se acumula a lo largo de la semana. De manera simbólica se toman todos esos residuos inservibles que se han quedado en cada parte del cuerpo, para después juntarlos en una bola que será aventada con fuerza, acompañada de un grito, hacia el hoyo negro, donde se pierde para dejar libre y al descubierto el corazón de cada uno de los que componen este grupo.
Habiendo sacado todo lo negativo es hora de transformarse; ya para entonces han llegado todos los que cumplirán la misión de ese día. En el aire se empieza a respirar el olor a alegría, entre risas y bromas. El momento de la caracterización resulta interesante para aquellos ajenos al grupo, ver a abogados, médicos, ingenieros y estudiantes convertidos en alguien totalmente diferente, con sombreros, coloridos vestuarios, batas y una nariz roja, siempre resulta divertido. En este momento todos son iguales, no hay diferencias de edades, ni de sexos mientras se aplican el maquillaje dentro de la misma sala .
Ya listos y convertidos en doctores toca el turno al calentamiento, que ayuda a cargar pilas y a recordar lo que es jugar. Todos cantan, bailan, corren, saltan y hasta se abrazan, ni una sola cara larga.
Para las 9:40 am. ya todos están listos para agruparse en constelaciones y salir a cumplir la misión del día: encontrar las sonrisas escondidas entre camas, sueros e inyecciones. Cada constelación, conformada por cierto número de personas que son ubicadas ahí desde el día de su graduación, tiene asignado un hospital que visita cada sábado durante tres meses.
Entre 9:45 y 9:50 es la salida, los asignados a la zona de hospitales se van en la “Ambulancha”, mientras otros utilizan automóviles particulares. No existe diferencia real entre la ambulancha y otro coche, sólo la apariencia. Todos tienen el propósito no sólo visitar hospitales, sino también de contagiar alegría por igual. La gente desde las calles los observa y responde con alegría a los saludos, aunque hay quienes se sorprenden o no logran comprender el por qué un payaso con bata los saluda.
Ésta vez el escenario será el Hospital Pediátrico de Legaria, que apenas abrió las puertas a ésta asociación, siendo Pyxis el primer representante en visitarlos. Se trata de un lugar pequeño, dedicado a atender problemas neurológicos principalmente. A primera vista el panorama resulta visualmente fuerte, niños amarrados, recién nacidos con aparatos, rastros de cirugías en la cabeza y a lo lejos el sonido del llanto y los gritos de desesperación. Pero para estos peculiares doctores no hay ningún impedimento.
La visita comienza a las 10:10 saludando a los familiares que se encuentran afuera, es el primer contacto y algunos muestran resistencia, pero aún con todo el recibimiento es cálido. Tras ingresar y cumplir con los trámites establecidos, es momento de buscar “niños con quien jugar”, porque para ellos no hay enfermos, sólo amiguitos, compañeros de juego.
Lo primero es lavarse las manos, al mismo tiempo que bromean con las enfermeras y los doctores. Llega el turno de la parte más divertida, la de pasar un rato agradable. Los niños que dentro de su situación tienen la capacidad de atender y dar respuesta, los reciben con alegría. Comienza el juego, pocos comprenden cómo sucede, pero todos se divierten sin usar herramienta alguna, sólo la imaginación y la creatividad de cada médico. Todo parece mágico, por los pabellones vuelan pelotas de colores, visibles únicamente para los que creen; por debajo de las camas caminan cocodrilos; los sueros se convierten en malteadas de chocolate, las agujas en armas de poder y los niños en super héroes o princesas.
Nadie se salva de estos personajes, todos les siguen el juego, aunque hay quienes prefieren cantar o que les cuenten un cuento. Pero sin importar la petición, todos serán complacidos por alguien que no sabe decir NO, el médico más irreverente, bobo, inocente, curioso, desordenado y juguetón.
Alrededor de las 11:30 hrs. es el momento de despedirse, algunos lo aceptan, otros lloran, pero no hay vuelta atrás. Es la hora de salir y consolar a los que llevan días desvelados, preocupados por sus hijos, sobrinos o nietos, para hacerles pasar un rato agradable y sembrar en ellos el ánimo que necesitan para transmitir alegría a los que están en una cama. El juego es diferente, se trata de correr, saltar, gritar; las dinámicas van desde “Doña Blanca” hasta “Terremoto”, con los comentarios siempre espontáneos de estos seres.
Ya para las 12:00 p.m. se despiden, hay que regresar a la central. En el trayecto de vuelta se repite lo ocurrido de ida, saludos y sonrisas para repartir. Al llegar a las instalaciones y después de la regadera, dónde se habla de las experiencias de ese día para evitar llevarse algo que los lastime o les haga ruido por el resto de la semana, es tiempo de desmaquillarse y volver a ser una persona normal. Tienen que decirle hasta luego a ese personaje y guardarlo por lo menos por una semana, aunque la actitud y las ganas de ser felices se quedan con ellos.
El día terminó, son aproximadamente las 14:00 hrs. es momento de despedirse, y regresar a las actividades cotidianas de sábado, sabiendo que el haber madrugado valió la pena. No hay más nariz roja, para los que los rodeamos vuelven a ser tan sólo uno más de los millones de habitantes que hay en esta ciudad. Pero en ellos queda algo que pocos notan, pero que está ahí, la característica más grande de un médico de la risa, la chispita en los ojos y por sobre todas las cosas, el recuerdo de haber hecho feliz a uno o tal vez veinte niños.
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