
El desplome del cuerpo de Manuel Buendía sobre Avenida Insurgentes el 30 de mayo de 1984 se habría dado con o sin la quinta bala que Excélsior mencionó, a diferencia del resto de los periódicos del Distrito Federal que hablaban solamente de cuatro. La cantidad de disparos en ese momento y aún ahora es discernible si se considera el fin que tenían esas detonaciones.
Buendía escribía sobre personajes públicos de México, principalmente relacionados con la política, y siempre lo hizo dejando en evidencia temas ocultos o incómodos para los aludidos. Las columnas de Buendía iban más allá del ataque, se adentraban en los errores que el personaje referido habría preferido mantener ocultos y esto es uno de los posibles motivos de su muerte, el más recurrente entre sus partidarios.
Veintitrés años después del asesinato de Manuel Buendía el trabajo periodístico sigue representando un riesgo para quienes lo practican. Un caso reciente y resonante aún en México es el de Lydia Cacho quien con motivo de una demanda por difamación fue arrestada el 16 de diciembre de 2005. Lo extraordinario de esta detención fue que la escolta que le había asignado la Agencia Federal de Investigaciones por amenazas previas de muerte fue burlada para su traslado a Puebla.
Tanto la detención como la protección previa a esta tenían un mismo origen. “Los demonios del Edén”, escrito por Cacho, denunciaba casos de pederastia entre los que se mencionaba el nombre de Jean Succar Kuri, quien también era señalado como amigo de Kamel Nacif. La demanda vino de este último que se molestó al ser relacionado con redes internacionales de pederastas.
Antes y después de estos dos casos ha existido presión hacia los periodistas que deciden escribir sobre temas que podrían calificarse de “oscuros”. Si algo existe en común entre la muerte de Manuel Buendía y la detención de Lydia Cacho es la reacción violenta de los grupos empresariales y políticos que vieron afectados sus intereses por estos dos periodistas.
La búsqueda del silencio periodístico tiene diferentes métodos, sin embargo todos buscan infundir el miedo en aquellos que podrían hacer público algo que incomode a los grupos en el poder. Los intereses de las altas jerarquías empresariales y políticas suelen ser protegidos mediante acciones que difícilmente logran un esclarecimiento.

Entre las exigencias básicas a las que responde un periodista está la de difundir la información. Hacer público lo que se sabe es algo a lo que se debe enfrentar quien se dedica al periodismo pero en muchas ocasiones esto es difícil de cumplir.
La presión que reciben los periodistas mexicanos ha evolucionado pero mantiene su esencia: busca evitar que cierta información se divulgue. En casos excepcionales se ha llegado a acciones como el asesinato pero esto es uno de los últimos recursos para silenciar a un periodista. Los métodos varían y para ejemplificar esto basta la mención al caso de Manuel Buendía o Lydia Cacho.
En la historia reciente de México se ha tratado en varias ocasiones el tema de la libertad de expresión. Fue uno de los temas con que el anterior presidente de la república, Vicente Fox, buscaba separarse de los anteriores gobiernos al hacer una continua referencia a los avances en este tema.
Omar Raúl Martínez, actual director de la Fundación Manuel Buendía, menciona que “ha habido avances, no obstante, nadie podría cantar victoria”. Hace 23 años un periodista que escribía sobre los errores de todos los personajes públicos fue asesinado y su caso se mantiene sin resolución definitiva. No existe una gran diferencia entre este hombre y la mujer que ahora busca su libertad jurídica por haber denunciado una red internacional de pederastas.
Enrique Méndez, reportero de La Jornada, recuerda que “todavía con los gobiernos del PRI el ejercicio periodístico en algunos medios estaba limitado por los intereses que tenían algunas empresas con los gobiernos priistas, con las cámaras de congreso y con los intereses de los propietarios de los periódicos y televisoras que en su mayoría son empresarios, no periodistas.”
Sin embargo, no considera al pasado como el peor momento para la libertad de expresión. Menciona que el trabajo periodístico “siempre ha sido inseguro, pero se hizo más inseguro todavía en el gobierno de Fox. Se escucharon muchos casos de desaparecidos, asesinados, persecuciones políticas y judiciales. Y en este sexenio no se ve que vaya a variar esta situación”.
Para Omar Martínez, el asunto no es tan dramático. Lejos de un panorama más hostil que el vivido por el hombre cuya muerte motivó la fundación para la que trabaja, él considera más bien un ligero avance que no ha desterrado los más viejos vicios del oficio informativo.Las perspectivas que ofrece el espectro de periodistas mexicanos respecto al riesgo de su profesión es enorme, sin embargo existen coincidencias. La constante al describir la forma en que se percibe al periodismo nacional es que siguen existiendo presiones y provienen de prácticamente el mismo sector que hace dos décadas, con una variable nueva representada por el narcotráfico.
Para el director de la Fundación Manuel Buendía los métodos de presión siguen ahí, “como la asignación publicitaria, como las demandas contra algunos informadores, como la línea editorial a algunos medios para que puedan sobrevivir”. Pero agrega que siempre han existido periodistas críticos.
Eso que al igual que la deidad no quiere ser nombrado
Los grupos en el poder tanto en el gobierno de Miguel de la Madrid como de Vicente Fox tenían la coincidencia de pertenecer a aquello que suele llamarse ultraderecha. Este grupo se conforma por la alta jerarquía católica, algunos empresarios y políticos que comparten una visión económica liberal y conservadora en cuestiones morales.
Para Álvaro Delgado, autor del libro “El Yunque, la ultraderecha en México”, la ultraderecha en nuestro país es “una expresión política ideológica y económico-financiera, y aún religiosa que tiene diferentes expresiones en cada uno de los ámbitos. Hay una expresión religiosa secreta, como es el Yunque y que forma parte del Partido Acción Nacional”.
La organización de los ultraderechistas se basa en una pirámide cuya punta es Dios, toda autoridad legítima viene de él. Sólo a Dios se debe obediencia y en consecuencia a lo que la ultraderecha considera su única representación válida en el mundo que es la iglesia católica.
Los líderes ideológicos de la ultraderecha se encuentran en organizaciones religiosas. Se agrupan en instituciones como “Los legionarios de Cristo” o el “Opus Dei” y dictan las normas de conducta del grupo.
Por su parte el sector empresarial se encarga del sostén económico. Entre los partidarios de la ultraderecha que cumplen esta función se encuentran Hugo Salinas Pliego (padre de Ricardo Salinas Pliego, dueño de Grupo Salinas), e instituciones como la Asociación Mexicana de Banqueros, la Confederación Nacional de Cámaras Industriales, el Consejo Coordinador Empresarial, PROVIDA, entre otras.
Para Javier Meza, coordinador del Tronco Divisional del área de Ciencias Sociales y Humanidades de la UAM Xochimilco “la defensa de los intereses de la ultraderecha va de acuerdo a como la iglesia siempre enseñó, como las dictaduras lo han enseñado, lo más importante para poder actuar es apoderarse de la conciencia de la gente, o la gente se convence a fuerza o se les mata”.
La actitud de la ultraderecha ante la crítica es tajante. Meza indica que “Lydia Cacho no sólo denunció la corrupción, sino las perversiones y los vicios, de personas muy poderosas, y es considerada como una mujer incómoda”.
Sobre la misma línea, Delgado comenta que “en el caso de Buendía existe un elemento que no se profundizo nunca en la investigación para esclarecer el asesinato, siendo que había elementos que involucraban al los Tecos de la Universidad Autónoma de Guadalajara, que es otra de las organizaciones secretas vigentes en México”.

Una demanda por difamación en el estado de Puebla provocó el despliegue de un grupo de agentes de la PGR (cinco según la acusada) que ocupaban dos automóviles a los que se unieron en el estado de Quintana Roo al menos otros tres vehículos. El 16 de diciembre de 2005 fue arrestada Lydia Cacho.
“El rey de la mezclilla” había denunciado ante la justicia poblana a Lydia Cacho por difamación. En el libro “Los demonios del Edén” el nombre del empresario Kamel Nacif era mencionado y se le relacionaba con redes internacionales de pederastia. Esto no fue de su agrado.
El traslado a Puebla fue mucho más rápido de lo normal, aunque parte de la intención era hacerlo parecer como largo, o esa fue la percepción de la periodista. No recibió agresión física, no directa al menos porque la falta de alimento y medicina para su bronquitis lograron afectar al cuerpo de Lydia.
Las amenazas si aparecieron y las menciones a diferentes personajes públicos que estaban molestos con ella aparecieron: un tipo de Torreón que la quería matar y un pederasta del que hablaba en un libro. La primera parte del camino se mantuvo en un ambiente hostil.
Después de la presión por parte de algunas Organizaciones no Gubernamentales, quienes conducían a Lydia Cacho a Puebla redujeron las agresiones psicológicas pero ya había suficiente para mantenerla alterada. La multa pagada en enero de 2006 por $70,000 no fue suficiente para liberar a Lydia. Actualmente mantiene un proceso no resuelto en que ha demandado a la Suprema Corte por privarle de documentos en su proceso judicial.
Cuatro o cinco balas que intentaron deshilar la Red Privada

No fue necesario el cruce de palabras entre víctima y victimario. Un hombre de aproximadamente 1.70 metros y treinta años de edad terminó con la vida del columnista de Excélsior, Manuel Buendía. La noticia aparecería un día después, el 31 de mayo, en todos los periódicos capitalinos.
Uno de los proyectiles entró en el cuerpo, los demás cayeron a su alrededor, pero fue suficiente para acabar con la vida del columnista más leído de 1984 (así lo recuerdan sus lectores). Una ambulancia del ISSSTE que pasaba cerca intentó reanimarlo pero la vida de Buendía no pudo mantenerse.
En su columna “Red Privada” Manuel Buendía escribía prácticamente sobre todos los temas imaginables. Su aparición de lunes a viernes le permitía ese lujo. Personajes como Juan Gabriel, Jesús Reyes Heróles, o la mascota del mundial México 86: Pique, aparecieron en el último mes de publicación de “Red Privada”.
Los comentarios de Buendía tenían un tono tan ácido y nocivo para quienes aparecían ahí que los candidatos a autor intelectual eran demasiados. Claro que este grupo se habría reducido sin se hubiera realizado una investigación exhaustiva, acción que no se ha realizado hasta ahora.
Las tesis sobre la muerte de Manuel Buendía son demasiadas, aunque la mayoría coinciden en un punto, los comentarios que aparecían en “Red Privada molestaron demasiado a algún personaje poderoso y esto obligó a un premeditado acto de violencia que lo silenciara permanentemente.
Las amenazas de muerte habían llegado mucho antes. María Dolores Ávalos de Buendía dijo en el sepelio de su esposo que en repetidas ocasiones le había pedido que tuviera cuidado con las amenazas que recibía. Las alabanzas que acompañaron a estas afirmaciones dejaron claro que la mujer esperaba esto hace mucho, seguramente el columnista esperaba lo mismo.
Las balas siguen cayendo, pero siempre queda alguien que escriba
Los casos de periodistas desaparecidos siguen apareciendo en nuestro país. Pero esto no ocurre en todo México. Como menciona Omar Raúl Martínez la función periodística se ejerce de manera desigual en el territorio mexicano. Mientras algunas ciudades se abren a la prensa crítica, algunos estados mantienen regímenes que controlan la información que se puede difundir.
El caso de Amado Ramírez, corresponsal de Televisa, quien fue asesinado en Acapulco el 6 de abril de 2007 siguen sin una respuesta. Y no sólo eso, sin que el medio para el que trabajaba provoque algún tipo de presión hacia las autoridades para esclarecer el caso. Este es un ejemplo de cese de otro periodista que posiblemente no obtenga respuesta.
La historia de Manuel Buendía a pesar de haber ocurrido hace ya más de dos décadas sigue vigente. Aunque en el sexenio pasado se haya pregonado una apertura a la crítica y tolerancia a los periodistas no afines al régimen siguen apareciendo casos similares al del autor de la Red Privada.
Los grupos ultraderechistas no han cedido hasta ahora en sus ataques contra quienes hacen públicos aquellos actos que realizan y está más allá de la jurisdicción divina que afirman defender.
Las presiones hacia periodistas seguirán llegando desde diferentes posiciones. Lo importante aquí es no ceder ante ellas. La detención sin previo aviso de Lydia Cacho no será el último caso en aparecer sólo por la cobertura mediática que obtuvo. Otros informadores, como Gamaliel López y Gerardo, seguirán corriendo el riesgo de desaparecer como estos lo hicieron el 10 de mayo de 2007 en Monterrey.
La verdadera derrota del periodismo llegará si se cede ante las intimidaciones provenientes de la ultraderecha y su nuevo colega de métodos el narcotráfico. Independientemente de si se realiza una gran investigación o sólo se llega a un tema que pueda ser incómodo para la clase en el poder es necesario exponerlo. El silencio es la forma más cómoda de aceptar la derrota.
La verdadera derrota del periodismo llegará si se cede ante las intimidaciones provenientes de la ultraderecha y su nuevo colega de métodos el narcotráfico. Independientemente de si se realiza una gran investigación o sólo se llega a un tema que pueda ser incómodo para la clase en el poder es necesario exponerlo. El silencio es la forma más cómoda de aceptar la derrota.